La imagen de una felina regordeta, atorada en los hierros del paso a desnivel entre la 1ª calle poniente y la 49 avenida sur en San Salvador, donde Bienestar Animal, se movilizó de inmediato a rescatarla.
Para sacarla de ahí, se tuvo que detener el tráfico momentáneamente y ganarse su confianza. Luego de brindarle asistencia médica y comprobar que estaba bien, se puso en resguardo, a la espera de encontrar a sus dueños, pero nadie apareció.
A más de 2,000 kilómetros, Adriana, que disfrutaba sus vacaciones haciendo kayak en Barú, en Cartagena, Colombia, asegura que se conectó a sus redes sociales en el instante en que Luna era rescatada y se enamoró de ella.
“La quiero”, escribió a las redes del IBA, y a partir de ese momento se comenzó el proceso de adopción que culminó el pasado domingo y que la llevó a los amorosos brazos de Adriana.
Adriana cuenta que, de niña, aprendió junto a su madre a cuidar y respetar a los animales, en especial a los rescatados, que tienen un corazón de oro, afirma.
“Un día comprando en el mercado de Cojutepeque con mi mamá, rescatamos un perrito que fue lastimado y quemado, y yo formé un lazo súper fuerte con él y quería volver a vivir esa experiencia con un animalito de la calle, porque le cambian la vida a uno, la gente dice que uno los salva, pero es algo mutuo”, expresa la joven.
Adriana está consciente que adoptar a Luna es una enorme responsabilidad, pero nunca tuvo dudas de brindarle un nuevo hogar.